lunes, 30 de enero de 2012

Hay Festival 2012 Cartagena (parte 1)




Ambiente de Pre-festival 

Ayer, luego de dos días de conversatorios y caminatas por el Centro Histórico de la ciudad, terminó Hay Festival para mí. Todo empezó el jueves pasado cuando salí tarde de Bogotá aproximadamente a las doce de la noche (bueno técnicamente fue el viernes) por culpa de un supuesto “tráfico aéreo” que retrasó el vuelo más de tres horas de lo acordado. Como pequeño paréntesis de entrada, si usted amigo lector piensa hacer un vuelo a cualquier destino nacional, le recomiendo que elija una aerolínea diferente de Avianca ya que este año ha incumplido horarios a diestra y siniestra excusándose en su supuesto “tráfico aéreo” para ni siquiera indemnizar con una cajita de jugo o un sándwich a sus clientes. En todo caso y para abreviar, luego de una tediosa espera en el aeropuerto y un vuelo muy movido en el que también iba uno de los escritores con su esposa y uno de los periodistas que iría a estar en varias charlas; llegué a la una y cuarenta y cinco de la mañana aproximadamente al aeropuerto Rafael Núñez junto con el resto de viajeros del vuelo AV 9754.

Me bajé del avión como todo el mundo mientras sentía el abrasador calor de la “ciudad cultural” de Colombia y me dispuse a tomar mi equipaje de las bandas como muchos otros viajeros que arribaban el lugar. Mientras esperaba mi maleta, el escritor que iba en mi vuelo pasó al lado mío de la mano de su esposa, saludando a las personas que lo saludaban o lo conocían –los cuales aclaro, no eran mortales como yo, sino periodistas y gente de la vida nacional que alguna vez he visto, pero que no recuerdo sus nombres – y pues la verdad, no le di importancia al hecho, ya que no tiene nada de especial ni raro ver a un escritor haciendo vida social. En cualquier caso, mi pequeña maleta negra con líneas rojas, donde iba mi ropa, mi desodorante y mi champú; salió por las bandas indicándome que debía tomarla para salir a tomar un taxi para llegar al hotel.

Como buen colombiano que ha vivido en Bogotá (aunque no soy de ahí) soy desconfiado y por tanto me dispuse a pedir un taxi en la central ubicada al lado de la salida de pasajeros, ya que es vox populi, que muchos de los taxistas (y más si son de Cartagena) que ofrecen prestarle a uno el servicio de transporte en la puerta de la salida, por lo general inventan tarifas por encima de la autorizada con el ánimo de quedarse ilegalmente y sin ninguna vergüenza con la plata de los pobres turistas. De cualquier manera, el taxi que me asignaron, fue el de un conductor extremadamente obeso que vestía una camiseta polo, de color azul claro que se encontraba desteñida; y cuyo aliento delataba un tufo que podría ahogar a cualquier pajarito que pasara frente a su boca. Sobre aquel singular personaje que transitó por las carreteras de Cartagena a toda velocidad, me molestó que tuviera la música de su automóvil a todo volumen sin importarle las reiteradas solicitudes mías de que le bajara el volumen. En todo caso, no ocurrió ninguna acción que lamentar y el hombre me cobró los 17.000 que piden todos los taxistas de Cartagena por llevarlo a uno del aeropuerto al hotel y viceversa (El precio legal es de -$16.300).

Luego de haberme bajado del automóvil y haber entrado en el hotel, me dirigí a la recepción donde se encontraban un botones que a esa hora recibía a los noctámbulos viajeros y un cashier(eso decía su escarapela), quienes me dieron la bienvenida y me dijeron de manera amable y con marcado acento costeño, que aunque había pagado el alojamiento y los impuestos por internet, tenía que pagar mucho más dinero ya que “la tarifa de los colombianos es mayor que la de los extranjeros”. ¡Qué belleza! tenía que pagar más por venir a alojarme en un lugar de mi país. No sé qué ley, decreto u ordenanza regule lo anterior, pero dos días después, al dejar la llave del hotel en recepción y pedir el paz y salvo para salir, no me lo querían dar disque por no pagar los tales impuestos extras que tenían que pagar los colombianos y bueno, me tocó meteré la mano al drill y dejarles 45 mil pesos más por ser colombiano (ojala esto lo lean los patrioteristas). En todo caso, aquel día me registré, subí a la habitación y caí muerto en aquella cama doble que estaba lista para que me hundiera en un letargo sin sueños, bajo el calor de aquella noche sofocante que se mezclaba el frio del aire acondicionado de la habitación.

Me desperté aquel mismo viernes a las ocho de la mañana, mientras el sol empezaba a lanzar sus primeros rayos fuertes del día y para abreviar la cosa, desayuné, me alisté y me dirigí sobre las diez y media de la mañana al Teatro Adolfo Mejía; lugar en el que tenía que recoger las boletas compradas anteriormente para poder entrar. Vale la pena mencionar que esta vez, el taxi en el que me subí, tenía aire acondicionado y un conductor que no estaba ebrio y manejaba con responsabilidad.

Supuestamente las boletas no se pueden revender. Sí, como no.


Entré a la Ciudad Antigua por una “pequeña” abertura en la muralla, que me conecto con el Teatro Adolfo Mejía y en aquel lugar tuve mi primer contacto con Hay Festival en la taquilla del lugar. Como no sabía dónde reclamar las boletas que había comprado por internet dos semanas antes, hice la primera fila que vi, que correspondía a la venta de boletas. Al lado mío hubo toda clase de los revendedores ofreciendo la boleta para el “siguiente evento” en precios que no se bajaban de 50 mil y por los que nadie pagó más de 20 mil (la boleta en taquilla valía 17 mil). Aquella mañana estuve de malas, porque luego de haber estado como veinte minutos en la fila, una de las personas de logística me informó que como tenía abono comprado en internet, tenía que reclamar las boletas en otro lugar y bueno, me dirigí al lugar correcto refunfuñando por haber sido tan bobo y no haber preguntado. En todo caso, reclamé mis boletas, las cuales guardé en el único bolsillo con cierre del bolso que llevé y luego de lo anterior, me dirigí al Hotel Sofitel Santaclara, ubicado a cuatro cuadras de donde me encontraba para ver cómo era el movimiento del lugar y poder sentir ambiente de “festival”. Infortunadamente no sentí aquel ambiente de festival. Entré al hotel luego de caminar aquellas cuatro cuadras para encontrarme con uno o dos escritores dando entrevistas a cuanto personaje con escarapela de periodista estaba por el lugar, mientras en el stand de la librería nacional (única librería vendedora de libros autorizada en el evento) se vendían libros carísimos de artistas que estaban presentes en Hay Festival o de escritores que no estaban, pero vendían como por ejemplo David Grossman (de quien compré Escribir en la oscuridad) o Gabriel García Márquez. En fin. Como no vi nada más de mi interés me retire del lugar y me dirigí al Teatro Adolfo Domínguez para hacer la fila correspondiente al primer conversatorio que iba a ver.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Inicialmente en el citado teatro iba a tener lugar el conversatorio con Felipe González, ex presidente de España; pero como este no pudo venir, trajeron a Juan Gabriel Vásquez y Mario Jursich (director del Malpensante) del Hotel Sofitel al lugar para que realizaran su charla sobre la última obra del primero, ganadora el premio Alfaguara de novela 2011.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Volviendo a este humilde servidor, empecé a hacer la fila a las doce del mediodía, es decir, media hora antes de (supuestamente) iniciar el evento y bueno, antes de que abrieran las puertas. Estuve detrás de dos mujeres paisas que conversaban a todo pulmón con un hombre con el que se hicieron amigas de un momento a otro, hablando sobre la conferencia del día anterior soobre Futbol y Literatura, la cual “las había enamorado de una forma maravillosa”. En todo caso, yo, fiel a mi estilo asocial, hice caso omiso a aquellas habladurías culturales y seguí en la fila esperando a que abrieran las puertas hasta que después de más de media hora lo hicieran trayéndome el siguiente problema: a pocos metros de entrar por la puerta, un grupo de personas diferentes a los que habíamos hecho al rayo del sofocante sol cartagenero del mediodía, al momento de abrir las puertas, crearon una fila improvisada y “se colaron”, o en palabras menos castizas, entraron primero y más rápido que nosotros. Lo peor de todo fue que yo, un pobre diablo que estaba literalmente a punto de entrar al auditorio (es decir, uno de mis pies tocó el piso de la entrada del auditorio), una señora que se había colado por medio de la fila improvisada, me empujó débilmente y empezó a gritar a todo pulmón con su acento rolo (bogotano) de verdulera “oigan que les pasa, esta persona se está colando”. Obviamente yo que no me la iba a dejar montar, empecé a contradecir lo que ella decía, diciendo de la mejor manera posible que había hecho la fila y que le podían preguntar a los que iban adelante y atrás mío. La señora gritó y gritó, y como tenía más edad que yo, los desgraciados de logística le iban a dar la razón y a sacarme de la fila, pero una persona que estaba adelante mío les dijo “él iba detrás de mío”. Por tal razón, me salve de hacer nuevamente una fila que era supremamente larga. La espinita, no obstante, me quedó y me hace escribir el siguiente razonamiento: Hay Festival es supuestamente uno de aquellos espacios para promover la cultura. La llamada “malicia indígena” colombiana (o haga las cosas ilegalmente y mal jodiendo al otro porque es un bobo) tan celebrada por la gente en general es una parte de cultura. Entonces ¿por qué estaba haciendo la fila? Creo que la respuesta es porque hago parte de aquellos bobos que todavía creen en cumplir con las reglas. De cualquier manera, entré al lugar cuya acústica reproducía los gritos de aquella señora que exclamaba a todo pulmón “que desastre de organización” y la música que provenía de los parlantes del auditorio mientras me dirigía a uno de los mini-palcos de la derecha del auditorio para sentarme y ver la primera charla en la que hablaría Juan Gabriel Vásquez.


Primera charla: Juan Gabriel Vásquez en conversación con Mario Jursich (Teatro Adolfo Mejía)



La charla fue decepcionante. El auditorio había estado casi lleno ya que el público estaba conformado por el gran número de personas que compraron la boleta para ir a ver a Juan Gabriel Vásquez y por la gente que tenía boleta para ver a Felipe González, pero que tuvieron que quedarse a presenciar al escritor en lugar del político. Los dos protagonistas de esta primera charla a la que asistía, salieron de bambalinas 10 minutos después de la hora acordada por el programa y se apropiaron de los dos asientos que había en la mitad del escenario junto a sus correspondientes micrófonos. Vásquez rompió el hielo agradeciendo de manera graciosa (para el público, no para mí) por “haber ido a ver a Felipe González, pero haber tenido que verlo a él y no haberse ido del auditorio” (la pseudo-cita que coloco en comillas no es exacta pero fue algo así).

El primer tema que tocaron fue la llegada de Juan Gabriel Vásquez a Cartagena desde Inglaterra, ya que el escritor había sido invitado por una fundación para que pasara 4 días encerrado en una réplica de un barco de Conrad, escribiendo algo sobre el autor de El Corazón de las Tinieblas, sobre Inglaterra o sobre los Juegos Olímpicos de Londres. En todo caso, aquella “Conradiana” introducción finalizó cuando con un tono de compinchería y/o compadrazgo (que no está mal aclaro) los dos conversadores discutieron sobre si publicarían aquel escrito en la revista mal pensante o no.

-JGV: Mira si quieres te doy el escrito para que lo publiques en tu revista.

-MJ: Eso lo hablamos en privado.

Más o menos así fue que finalizó la introducción. Luego, los conversadores entraron en materia y hablaron del libro El ruido de las cosas al caer, en una charla por la que pasaron citas, frases parafraseadas, preocupaciones del escritor ante la novela, cuestiones de estilo, guiños de la vida real que el escritor incluyó en la novela (como la tesis que hizo Vásquez para graduarse de abogado) y uno que otro detalle gracioso (para el público aclaro). Para finalizar, Mario Jursich terminó hablando de un supuesto libro que el escritor publicara algún día sobre las crónicas y trabajos periodísticos hechos en el pasado, con lo cual se tocó el tema de una crónica no publicada de Juan Gabriel Vásquez en el 2001, donde este cuenta las peripecias de los días en que acompañó a Los Tigres del Norte (risas en el auditorio, realmente soy bruto o no las comprendí) en una gira por España.

En todo caso, aunque omití muchísimos detalles que se mencionaron en el conversatorio, la verdad no me gustó la charla porque fue muy desordenada. Los dos personajes que estaban en la mitad del auditorio tocaron tantos temas de manera aleatoria que no encontré (por lo menos en mi caso) un hilo que me llevara por la conversación. Para hacerme entender les doy un ejemplo: en un momento dado, Vásquez y Jursich empezaron hablar de porqué un novelista logra imprimirle su estilo a una historia común. Para ello Vásquez dio como ejemplo el suicidio de Ana Karenina y explicó que lo que hace que aquella muerte por propia mano sea diferente a las otras miles que existen en la literatura, es que aquella mujer tenía una carterita que le molestaba al momento de lanzarse a las vías del tren y que por aquel detalle, nosotros los lectores diferenciamos aquel suicidio, que no es sino la capacidad del novelista de prestar atención a la realidad para crear su novela de forma diferente.  Luego Mario Jursich, prosiguió, preguntándole al escritor sobre el motivo por el que envío el libro al concurso de Alfaguara, titulado como “Todos los pilotos muertos” y cuál era el motivo de su pseudónimo. Vásquez respondió explicando que el motivo de enviar el libro con otro título, era porque el concurso pide este requisito para evitar suspicacias sobre el ganador y que su pseudónimo era un anagrama de Hemingway. Luego prosiguieron a hablar de la traducción como escuela de escritores, de los buenos y malos libros traducidos por Vásquez, del Gran Gatsby…en fin. ¿Me hago entender lo que quiero decir? Tocaron tantos temas que no profundizaron en ninguno y fue como una de aquellas entrevistas de Caracol o RCN en las que el entrevistador manda preguntas sueltas esperando que le respondan algo.

Me sentí decepcionado y a la vez tonto porque el resto de personas que salían decían “maravilloso” o “genial”. No obstante lo anterior, en mi tiempo muerto de las siguientes cuatro horas así fue como entendí la cosa(o la anoté en mi libretica tipo moleskine): la gente que fue aquel conversatorio (en su mayoría mujeres) eran personas de la media-alta sociedad –en su mayoría cartagenera—, estudiantes, pobres diablos desprogramados que pudieron ir como yo (aunque bueno, también me puedo incluir en la parte de estudiantes, así ya haya terminado materias) y personas de este estilo. Mucha gente del público (o eso observé), esperaban, más que un escritor a un comediante, razón por la cual aplaudieron y disfrutaron más con los comentarios “graciosos” del escritor que con las preocupaciones del novelista. Además de esto, el conversatorio utilizó el formato “conversación de café”, con el cual, se buscaba acabar con el ambiente académico (cosa que hizo); pero que en este caso terminó fue promocionando  de manera evidente (en una grandísima parte) el libro de Vásquez. Además de lo anterior, muchas personas como las mujeres que tuve al lado, sonreían y se exaltaban siempre que el autor nombraba un libro que alguna había leído (por ejemplo Ana Karenina y lo sé porque lo decían en voz baja) y por tanto se sentían cultas e importantes.
Puede que lo voy a decir suene muy feo, pero en esta primera conversación me dio la impresión de que existió un sentimiento de no sé si llamar culto, morbo o tabú (no soy capaz de organizar mis ideas y menos sabiendo que hablo de Vásquez, de quien he aprendido bastante de sus ensayos y conferencias), donde la gente asentía todo lo que decían tanto el entrevistador (o como lo quieran llamar) como el escritor, por una especie de sentimiento de “si lo dice el autor es interesante”. En todo caso y para sintetizar y no embolatarlos más en este cúmulo de opiniones encontradas, el conversatorio se enfocó en su mayoría en publicitar el libro de Vásquez (asunto que estaba en el programa), no se tocó un tema específico por lo que pudimos en un mismo espacio, enterarnos que Juan Gabriel Vásquez dejó de lado la técnica de la digresión en sus novelas y a la vez, estuvo en una gira con Los Tigres del Norte. Vuelvo a reiterar para no hacerme entender mal, que me cae bien Vásquez y siento un gran respeto por su obra, pero ese conversatorio fue paupérrimo.

Sigamos con las peripecias de Hay Festival en los exteriores. Salí decepcionado del conversatorio, al stand de la Librería Nacional, esperando que Vásquez me firmara mi libro de El ruido de las cosas al caer. Esta se puede decir que es mi segunda o tercera firma de libros luego de dos años, ya que la última a la que intenté ir fue a la de Hector Abad donde todo terminó desastroso. Por tal razón, supongo que le coloque excesivo misticismo al acto de ver El Autor imprimiéndole Su Firma al libro comprado el año pasado, que no era más sino uno más de los que están en el mercado. Qué pendejo era en aquel momento.

Esta es la diferencia entre la firma de Vásquez de 2010 que solo firmaba decenas de libros y Vásquez de 2012 que firma centenares de libros.


Ahora bien, les cuento que el momento de la firma de un escritor no es nada del otro mundo. Es como cuando se va a un banco y se realiza una transacción bancaria ya que llega uno, el cajero lo mira, sonríe, le pregunta a qué cuenta va a realizar la transacción, uno se la dice, lo hace y ya, chao. Así fue de mecánica la firma del libro ya que luego de hacer una fila donde había como 10 personas por delante de mí, una de las personas del staff de Librería Nacional me dijo “pase” y yo obediente asentí. Delante de mí vi a un escritor cansado y con ganas de no estar en el lugar (se notaba a leguas) intentando fingir una sonrisa falsa para hacerle sentir una falsa seguridad al lector. Le entregué el libro, él lo abrió, lo pasó a la página en la que está el título del libro y me preguntó mi nombre. Se lo dije, lo escribió debajo del título junto a la palabra “para” y un “espero le guste”. Luego trazó tres líneas para devolvérmelo y que siguiera el siguiente. En ese momento fue que lo entendí: la firma no significa nada, es simplemente un artilugio comercial para que la gente compre el libro. Vásquez ya no firma decenas de libros, sino cientos y por tal razón, tenía ganas de terminar rápido para irse. La única razón por la que no declinó la obligación de quedarse firmando es que tiene que comer y entre más libros venda (y firme) más comida puede llevar a la casa. El escritor no se queda nunca con las ganancias del libro, solo con un 5 o 10%, por tal razón tiene que vender a toda costa y por tal razón le toca quedarse en el stand, fingiendo sonrisas y queriendo largarse del lugar. Creo que el problema no es el escritor, sino nosotros, los monstruos consumistas que le exigimos al autor ser parte de su producto, en lugar de simplemente disfrutar lo que vale la pena: el libro. A Vásquez hay que disfrutarlo por sus notables ensayos,  sus buenas novelas (bueno, menos Historia Secreta de Costaguana que no me gustó del todo) y su magnífico libro de cuentos.  

En fin. Eran las 2 de la tarde por aquel entonces y tuve que ir almorzar por ahí cerca y de paso escribir estas notas que les traigo a ustedes en este espacio.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
En mi siguiente entrada seguiré relatándoles lo que fue mi estadía por HAY FESTIVAL con comentarios no solo de los conversatorios a los que asistí, sino de las cosas que vi y viví por aquella Cartagena de la Ciudad Antigua, llena de personas de las páginas sociales y amantes anónimos de la literatura como yo. En las próximas entrada les traeré lo que todos queríamos ver: Carlos Fuentes; también del momento en que me di cuenta de mis incapacidades en el idioma inglés y de la magnífica conversación con Jonathan Franzen, a quien no conocía, pero me convenció de comprar sus buenos libros y de quien están saliendo muchos malentendidos por causa de sus declaraciones sobre los libros electrónicos.      

No hay comentarios:

Publicar un comentario