viernes, 9 de junio de 2017

El desplome de 1993 (sobre la burbuja de los comics)

El otro día me encontré con un artículo interesante sobre la burbuja especulativa alrededor de las historietas y sus consecuencias en 1993. Sé que hay otros artículos mejores, que profundizan mucho más sobre el tema, pero este no me pareció nada mal así que quise intentar traducirlo a ver qué pasaba.

No es mi mejor trabajo, porque no revisé mucho la redacción y realicé el trabajo rapidamente. Por ello, les agradezco como siempre que me señalen mis errores para corregirlos. Gracias.

El desplome de 1993

Por: Jonathan V. Last
Link original : http://www.weeklystandard.com/the-crash-of-1993/article/573252


Como la gran burbuja de las historietas dejó en evidencia, a veces no hay forma de recuperarse de un boom especulativo.

Lo que Tolstoi escribió sobre las familias, también es aplicable en economía: todos los momentos de boom se parecen los unos a los otros, pero cada desplome es calamitoso a su manera. Es por ello que cada historia de burbujas explotando es educativa. En ese sentido, hay lecciones que aprender —incluso en los detalles más desapercibidos— de la burbuja que llevó al desplome de las historietas en 1993.

Érase una vez una época en la que los comics eran ubicuos e inútiles. Durante los años 30s y 40s, fueron vendidos en droguerías por un par de centavos; y éstos eran divertidos como lectura de pacotilla para jóvenes y niños. Cientos, miles (e incluso millones en los títulos más importantes) de números fueron impresos y luego leídos, pasando por salones de clase, taquillas y cuarteles antes de ser desechados. Sólo un par de rarillos los coleccionaron por gusto, pero aquello era más bien un hobby.

A través de los años, el atractivo de los comics se redujo un poco, pero la audiencia crecía de manera más intensa. Aparecieron entonces las tiendas especializadas que no vendían sino comics. A mediados de los años 80s, ya existía un vigoroso mercado de coleccionistas.

Si en 1974 habías comprado uno de los ejemplares de Action Comics #1 (el primero en el que aparece Superman) por 400 dólares, en 1984 esa historieta valía más o menos 5000. Aquello era dinero de verdad, y al final de la década, las ventas de historietas en casas de subastas como Christie’s o Sotheby’s eran impresionantes, al punto que el periódico The New York Times tomó nota cuando, por ejemplo, Detective Comics #27 (el primero en el que aparece Batman) fue vendido de manera record por $55.000 en diciembre de 1991. El New York Times también estuvo ahí, varios meses después, cuando el Action Comics #1 rompió ese record, siendo vendido por $82.500.
Los comics eran interesantes como mercado ya que desde el punto de vista de la inversión, los más importantes estaban aumentando su valor a un ritmo sorprendente. De otro lado, desde el punto de vista de los vendedores, las tiendas de comics empezaron a emerger por todo el país, encontrándose con una demanda cada vez más pujante. Como resultado de lo anterior, incluso las historietas más recientes empezaban a tomar unos precios alucinantes. Un comic comprado inicialmente por 60 centavos, podía con frecuencia alcanzar un mil por ciento de rentabilidad en la inversión realizada, sólo un par de meses después.

En 1992 fue el apogeo de la burbuja de las historietas. En dos años, la industria entera estuvo en peligro de estirar la pata. El actor más grande del negocio, Marvel, enfrentaba la bancarrota. Incluso el valor de los números más importantes como el del Action Comics #1 y el Detective Comics #27, se hundió. Aquella carnicería devastó la vida de miles de adolescentes. Yo lo viví. Cuando tenía 12 años tenía una colección que rondaba alrededor de los $5.000. Con el tiempo, estaba listo para vender mis historietas y comprar con ello un carro (como cualquier adolescente), pero éstas no valían nada.
La burbuja de las historietas no fue el resultado de la locura de una sola persona, sino la confluencia de varios eventos. La especulación es parte de la historia. Las ganancias por los comics de alto valor desde los años 80, atrajeron especuladores que hicieron subir los precios de manera estratosférica. Para los vendedores de historietas, la posibilidad de que cada nuevo número pudiese venderse por miles de dólares, condujo a que existiese tanto la venta de nuevos comics, como un mercado de ejemplares antiguos. No era nada extraño ver como entonces se vendía una historieta por el precio mencionado en su caratula el mes de su publicación (generalmente 60 centavos o 1 dólar), para luego verlo apreciado en 10 o 15 dólares algunos meses después.  

Pero la principal causa de la burbuja fue el sistema de distribución de la industria. Los comics son creados y publicados por casas editoriales. Hay dos gigantes (Marvel y DC), y luego un montón de pequeñas casas independientes, que van y vienen con mucha frecuencia. Todas las casas editoriales dejaron la tarea de enviar físicamente las historietas desde la casa de impresión a los vendedores, para hacerlo a través de un grupo de intermediarios: las compañías de distribución.

Esas compañías de distribución determinaban quienes podían y quienes no podían comprar historietas. Ellas impusieron exigencias a los vendedores, como que éstos demostraran reservas financieras, y garantizaran la compra de un número determinado de comics por mes. La razón por la que los comics migraron lentamente de los quioscos y comercios de precios bajos a las tiendas especializadas en comics (un proceso que tomó más o menos 50 años) es que era difícil para esas pequeñas nuevas tiendecitas reunir los recursos necesarios para garantizar su distribución. Aquellas barreras explican por qué, en 1979, había tan sólo 800 tiendas de comics en el mundo entero.

En los años 80, dos de las más grandes compañías de distribución (Diamond y Capital City) empezaron un agresivo proceso de expansión. Ellas querían nacionalizar todo el negocio y eliminar los competidores pequeños y regionales, y su estrategia fue disminuir la barrera para que entraran vendedores potenciales. Diamond y Capital City estaban felices de firmar acuerdos con cualquiera. Como Chuck Rozanski (dueño de la tienda vendedora de comics más grande del país, Mile High Comics) explicó hace un par de años en una serie de ensayos sobre la burbuja de los comics,

Diamond y Capital City estaban listos para crearle una cuenta a cualquiera con un cheque de pedido inicial por 300 dólares. Esta agresiva actitud tuvo el efecto práctico de convertir a varios de los coleccionistas en distribuidores. Las tiendas de comics proliferaron, creciendo de 800 en 1979 a 10.000 en 1993. Diamond y Capital City habían logrado sacar a cualquier otro distribuidor fuera del negocio.

Con todas esas tiendas de comics germinando por los suburbios estadounidenses, los dos distribuidores lograron obtener un número record de pedidos cada mes. Viendo aquellos números, las editoriales pensaron que era mejor si ellos tomaban las riendas aquel boom masivo. Así que ellos aumentaron sus precios y empezaron a publicar más títulos, ajustando la oferta a lo que ellos pensaban que era la demanda. En 1985, Marvel publicaba 40 títulos al mes, costando cada historieta 60 centavos. En 1988, ellos publicaron 50 títulos tasados en 1 dólar cada uno. En 1993, ellos ofrecían 140 historietas que eran vendidas a $1.25 y más.

Mientras eso pasaba, los distribuidores seguían invitando a nuevos vendedores, quienes seguían haciendo pedidos e incitando de esa manera a que las editoriales siguieran produciendo más y más colecciones. Aquello era un bucle insostenible. Pero lo que hizo la situación particularmente peligrosa fue el hecho de que en el negocio de las historietas, los pedidos eran hechos varios meses por adelantado, sin que los comics no vendidos pudiesen ser devueltos. Los vendedores se tuvieron que comer los libros no vendidos como excedente (Rozanski estima que en el pico de la burbuja, el 30 por ciento de los comics publicados terminaron como excedente). En otras palabras, el bucle estaba estructurado para que las editoriales no recibieran las malas noticias sino hasta después de que la industria se hubiese ido al precipicio y los vendedores empezaran a estirar la pata.

Eso fue lo que ocurrió exactamente en 1993. Al expandir su producción en cientos de títulos, las editoriales habían bajado el nivel de calidad de sus productos a niveles bochornosos. Eso, combinado con los altos precios de distribución, echó para atrás a muchos de los clientes.

Muchas de las tiendas de comics fueron descapitalizadas y operaban mal. La más débil de ellas cayó primero, y su liquidación dio lugar a una cascada: las editoriales vieron una rápida y dramática disminución de pedidos, así que empezaron a reducir costos para reducir el número de títulos que habían expedido. Aquello condujo a que hubiese menos productos para que vendiesen los vendedores restantes, y llevó a las tiendas a vivir de manera indigente, rozando la bancarrota. La espiral de la muerte había empezado.

Con el tiempo, el residuo de la bomba de jabón había sido arrasado y nueve de diez tiendas de comics en todo Estados Unidos habían tenido que cerrar sus puertas. Las ventas de los editores cayeron en un 70 por ciento. En diciembre 27 de 1996, Marvel, la General Motors de los comics, se declaró en bancarrota. El mercado de las historietas de segunda estaba hundido con sus inventarios de cadáveres fuera del negocio. Los precios de los comics más importantes se habían hundido o estabilizado. Muchos de los comics de bajo valor (libros por debajo de los $100) vieron bajar su precio de manera arrasadora. Comics impresos en el período previo a la burbuja, se convirtieron en cosas inservibles. Las ventas conducidas por la especulación combinadas con los números no vendidos, dieron lugar a una sobreoferta masiva.

Desde el apocalipsis de los comics, algunas partes del mercado se han recuperado y han incluso prosperado. Durante los últimos diez años, los libros glamurosos de la Golden Age (como los primeros Action y Detective comics) se han convertido en números de seis cifras, y una multitud de historietas, desde el Amazing Fantasy #15 (el primero en el que apareció Spiderman) hasta el Donald Duck Four Color #29, empezaron a convertirse en una bella suma de cinco cifras. A medida que la gran recesión de 2008 empezó a tener lugar en el otoño de ese año, el mercado de los comics continuó razonablemente intacto. Las ventas de los nuevos números cayeron de manera precipitada, antes de recuperarse. Los precios de los viejos números de alta gama siguieron aumentando. En sólo 3 días del año pasado, dos comics (Action #1 y Detective #27) rompieron records, al ser vendidos por un millón de dólares y luego 1. 75 millones. Un mes después, un Action #1 fue vendido por 1.5 millones.

Pero los contornos de la industria han cambiado hasta volverse casi irreconocibles. En 1950, Marvel y DC vendían entre los dos difícilmente 13 millones de comics en un mes. En 1968, 16 millones en un mes. Desde 1993, la tendencia global de las ventas ha ido inexorablemente a la baja: en junio de 2010, todas las editoriales estadounidenses vendieron un total de 5.63 millones de comics.
Lo anterior podría sonar como una industria que va directo al olvido, pero en 2009 Disney pagó 4 billones para adquirir Marvel (DC ya fue adquirida por Time-Warner). La razón para esta llamativa estimación es que las historietas en sí ya no son más importantes para la industria de los comics ya que ellas producen pérdidas. El verdadero dinero se encuentra en otros valores a la industria, como juguetes, el merchandising, los parques temáticos y por encima de todo, las franquicias cinematográficas. Desde 1997, 26 comics han sido adaptados a la pantalla grande produciendo más de 100 millones de dólares de taquilla. Doce de ellos han producido más de 200 millones y muchos, muchos más, van a seguir llegando a los teatros cerca de ustedes.

Como preocupación financiera, las editoriales de comics ya no siguen más en el negocio de las editoriales: ellos son curadores de (o incubadoras de) muy valiosos derechos de autor. Esto, para los coleccionistas de comics, es una muy buena noticia.

O más bien, son muy buenas noticias para algunos coleccionistas de comics. Cuando era niño, tuve la mala fortuna de haber comprado historietas en el período previo a la burbuja. Ninguna de mis historietas recuperó su valor. Claro, el Action Comics #1 podrá dejarte un millón de más, pero echándole un vistazo a los diferentes sitios de subasta en internet, puedes encontrar vendedores ofreciendo montones de sus comics de la edad de plata y bronce (los que estuve coleccionando) por diez dólares. Un poco menos que la madera para chimeneas.

Tan dolorosa como fue, la burbuja de las historietas nos dejó dos importantes lecciones: la primera es que la burbujamanía no siempre es culpa de los compradores y vendedores. A veces es causada por intermediarios. La segunda es que muchas veces los mercados no vuelven. Las personas que poseyeron comics de primera categoría recibieron un buen golpe en 1993. La gente que posee comics de la era moderna fueron arrasados y el valor de sus colecciones nunca regresará.

El mercado de las historietas se parece al mercado inmobiliario en diferentes formas perturbadoras. Las diferencias sustanciales entre casas y comics suelen ser tan obvias como enormes. Pero en los dos casos la burbuja de la especulación fue apoyada por irresponsables intermediarios como lo son las compañías de distribución en un caso, y las agencias de crédito y peritos de hipoteca del otro.
Y no es claro hasta qué punto el sector de las casas va a recuperarse. En este momento estamos en una segunda recesión en la que los precios —en la mayor parte del territorio del país— están muy por debajo de lo que estaban en el 2000, y siguen cayendo. Discutiendo sobre este tema durante las últimas semanas, la economista de Moody, Cecilia Chen, dijo a los periodistas que, a nivel nacional, el precio de las casas debería recuperar los topes de 2006 por allá en el 2021. En algunos estados grandes como Florida o California, Chen pone la fecha de recuperación en 2030. Lo que es terrible de esas predicciones no es la fecha en sí, sino el hecho de que a su manera, el regreso de la prosperidad se ve muy lejano en el futuro, hasta el punto de mostrar que nadie tiene idea de cuándo va a volver la recuperación. O si volverá.

Montones de casas son equivalentes a los comics de alta gama. Tal como un ejemplar de Action-Comics #1; una adquisición en Manhattan, una casa en Georgetown o una cabaña en Santa Mónica van eventualmente a recuperar su valor anterior y aquello probará que fue una buena inversión a largo plazo. Lo mismo podríamos decir de la mayoría de los hogares suburbanos establecidos cerca a las áreas del metro en Seattle o Atlanta.

Pero durante el periodo anterior a la crisis, una quimera de la construcción tuvo lugar en lugares como las costas de Carolina, el desierto del sudoeste y algunos barrios de Florida. En el verano de 2009, la agencia de noticias AP contó la historia de Victor Vagelakos, una persona que compró un condominio en una edificación en Fort Myers y hoy es la única persona viviendo en aquella construcción, ya que el resto de unidades fueron cerradas o no se pudieron vender. Aquello no es tan malo como lo que ha pasado en España, donde pueblos enteros han quedado vacíos. En Yebes, a una hora de Madrid, cientos de “rowhouses” quedaron vacías en calles importantes. Casi ninguna de ellas pudo ser vendida y Yebes es un pueblo fantasma en este momento, con muy pocas posibilidades “volver a ser como antes”.

Tengo una historieta con una historia similar. En 1984, DC lanzó lo que se convirtió en la muy popular serie, Los nuevos jóvenes titanes. El primer número venía con una caratula premium cuyo precio era de $1.25, ya que la serie fue impresa en un papel “Baxter” de alta calidad. No pude comprar aquel primer número cuando salió, y el precio del ejemplar de segunda mano subió como la espuma. Unos meses después, ahorré para poder conseguirme uno de esos y terminé pagando 25 dólares, lo cual era una suma considerable para un niño de 10 años. Era la joya de mi colección. Hoy pueden comprar un ejemplar del mismo número en muy buenas condiciones a $1.50.